Ni
una pintora entre los 50 más vendidos.
Un estudio sobre 113.000
ventas de 725 casas de subastas revela la brecha de sexos en el
mercado del arte. Da Vinci, Picasso y Basquiat encabezaron en 2017
una lista con solo dos mujeres en los 100 primeros puestos. (El
PAÍS, 1 de mayo de 2018)
Cada
día que pasa aparece alguna noticia que nos interpela como seres humanos. Cada
día que pasa descubrimos alguna miseria que nos pone en nuestro sitio. Entre la
ilusionante jornada del 8 de marzo pasado, la insoportable sentencia judicial
en el caso de violación del 7 de julio de 2016 en Pamplona y la celebración
reciente del 1 de Mayo, hemos recorrido un camino en el que muchas mujeres
saben o intuyen dónde quieren estar.
No
considero los listados ni los ránquines a los que se refiere el artículo como
modelos de conocimiento que haya que consumir acríticamente, pero son
indicativos de algunas sintomatologías sociales que son reveladoras si se
tienen en consideración tanto por los datos que se solicitan como por las
respuestas obtenidas. El día 8 de marzo vivimos una jornada ilusionante; una
lección muy intensa, felizmente orquestada en muchos puntos del planeta que nos
señalan claramente por dónde tenemos que ir para recuperar la ilusión de un
cambio de rumbo hacia un mundo donde las personas cuentan. El arte es una
actividad que tiene que estar en su tiempo y que debería estar particularmente
atenta a estas cuestiones revisándolas desde la perspectiva feminista por
bastantes razones; quisiera centrarme en dos aspectos:
En
primer lugar, ser artista supone desarrollar un catálogo de habilidades y
destrezas, conocimientos y capacidades a distintos niveles. Entre las
competencias señalaría de forma muy especial la capacidad de vivir alerta en la
sociedad y con las personas con las que se comparte una época. Ligado a este
argumento, al arte se le supone una apertura crítica y radical ante los
cambios. No es extraño que las cuestiones de género sean uno de los temas
importantes presentes en la creación artística y que cada vez sean más las
llamadas de atención sobre la visibilización de las mujeres en la historia del
arte y sobre su presencia en el paisaje contemporáneo, sobre el uso no inocente
del lenguaje y de las imágenes, sobre situaciones de violencia implícita y
explicita del modelo patriarcal, sobre brechas salariales...
El
segundo aspecto está relacionado con el artículo que recogemos, con la fecha
del 1 de mayo y con la problemática del trabajo y del empleo en la creación
artística. El feminismo nos ha enseñado la distancia, tantas veces insalvable,
entre hacer un trabajo y tener un empleo. Salvo algunas excepciones que siempre
son muy llamativas, las actividades artísticas están en la esfera de las
actividades no remuneradas o el territorio del subempleo. Lo mismo que vemos
claramente en los trabajos domésticos y los de cuidados. Sólo en este sentido
es equiparable; no lo es, ni mucho menos, desde el punto de vista de la
consideración social ni, por supuesto, de las posibilidades de desarrollo
personal que nos posibilitan unas u otras actividades; no digamos en los casos
en los que el arte se mueve en los circuitos económicos de los que habla el
periódico, aquí cualquier equiparación entre el arte y el trabajo feminizado es
un insulto. Sí es más fácil encontrar situaciones comparables entre estos dos
territorios en el caso de trabajos realizados por artistas en contextos de las
artes aplicadas, de la gestión cultural, la crítica o en el de la enseñanza
artística no reglada. A partir de la consciencia de vulnerabilidad aparecen en
el arte modelos de cooperación, experiencias comunales desde las que no es
difícil dar un paso hacia la idea de sororidad. Tampoco nos resulta extraño que
el feminismo y la creación artística compartan su interés por modelos de Renta
Básica Ciudadana que garantizan a todas las personas una posibilidad de
existencia digna en el plano económico.[1]
Resulta
revelador que en las Universidades, en las políticas de implantación de las
nuevas titulaciones y de cara a la supervivencia de las viejas, estemos
vinculando su justificación con la capacidad de generar empleo de las
competencias ofertadas en los nuevos grados y másteres. Resulta revelador que
en nuestras escuelas, nuestras universidades –y da igual si nos movemos en el
ámbito público o privado- estemos enseñando a las siguientes generaciones a
competir por un puesto de trabajo remunerado. En el 1 de mayo de 2018 resulta
revelador que las artes y las humanidades sean las víctimas propiciatorias de
este modelo. Nuevamente confundimos empleo y trabajo; ¿desde cuándo, el arte y
las humanidades, igual que los cuidados, no son una demanda social?
Cada
día que pasa aparece alguna noticia que nos interpela como seres humanos. Cada
día que pasa descubrimos alguna miseria que nos pone en nuestro sitio. Hemos
recorrido un camino en el que muchas mujeres saben o intuyen donde quieren
estar mientras los hombres seguimos agarrados a la peana en la que la suerte
nos ha puesto y nos cuesta renunciar a nuestros privilegios públicos y
privados; hemos heredado un papel en la sociedad que nos facilita la vida. Y de
eso se trata: de la vida y de la dignidad de todas las personas. Mañana
aparecerá otra noticia contando otra injusticia, otra brecha. Cada día nos
podemos levantar sintiéndonos mejor por ser artistas comprometidos y personas
solidarias. La visibilidad de un problema es un paso necesario e importante,
pero si nos quedamos ahí no pasará del postureo de cualquier operación de
mercado, un lavado de la imagen de la marca patriarcado que se niega a levantar
las alfombras para ver la mierda que tenemos escondida. Nos toca mirarnos el
ombligo y, ahí, la cosa se pone muy jodida. Sé de lo que hablo.
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